“¿Creen que lo maté yo?”: el brutal asesino de 13 años que estranguló, golpeó y abusó de un niño de 4

Era la primera vez que Derrick Robie caminaba solo los noventa metros que separaban su casa del campamento. Tenía cuatro años cuando Eric Smith se cruzó en su camino. El preadolescente, nueve años mayor que él, lo llevó engañado al bosque. El atroz crimen, la confesión y el juicio que condenó al “asesino de pelo rojo”

Eric Smith iba pedaleando su bicicleta a toda máquina por el parque. Con 13 años, su abundante melena color fuego inflada por el viento y la cara fruncida e inundada de pecas parecía un preadolescente como tantos que pueden encontrarse en cualquier plaza del planeta. Inofensivo. De pronto, esa mañana, se cruzó con Derrick Robie. El pequeño de 4 años caminaba solo, con una lunchera entre sus manos, hacia el campamento infantil de donde venía Eric. El menor pelirrojo ni lo pensó, o quizá ya lo había pensado mucho, quién sabe. Bajó de su bicicleta y se las arregló para engañar a Derrick. Logró convencerlo y llevarlo hasta la profundidad del bosque.

Era el lunes 2 de agosto de 1993 en el pueblo de Savona, estado de Nueva York, Estados Unidos, y, lo que sigue, parece un cuento de terror.

Maldita casualidad

Eric se adentró con Derrick entre los árboles hasta alcanzar un área que le otorgó seguridad para sus diabólicos fines. Ya estaba fuera de la mirada de cualquier testigo. Tomó al vulnerable Derrick del cuello y lo estranguló con todas sus fuerzas. Le llevó un rato. Cuando el pequeño se desvaneció, lo dejó en el piso y buscó dos enormes piedras. Agarró primero la más grande, pesaba unos doce kilos, y apuntó directo a su cabeza. La revoleó con fuerza. Cuando la roca golpeó su objetivo, el cráneo de Derrick hizo un ruido horrible.

Eric se acomodó sus anteojos y tomó la segunda. Logró otro certero impacto. No se detuvo ahí. Acto seguido, le quitó la ropa, buscó una rama de árbol y la introdujo en su ano. El preadolescente corto de vista, inseguro y acomplejado, estaba descargando su furia acumulada por años.

No conforme con lo que había hecho, se apropió del almuerzo de su víctima. Abrió la bolsa, sacó la banana y la tiró al suelo. La pisoteó con ira. Quedó aplastada, como la cabeza de Derrick. Desenvolvió el sándwich, lo hizo un bollo con sus manos e intentó introducirlo por la fuerza en la boca del moribundo. Abrió la bebida roja Kool Aid, tomó unos sorbos y lo que sobró lo derramó sobre el cuerpo inerte. Encontró otra piedra y la arrojó apuntando al abdomen de Derrick. Le sacó la zapatilla blanca izquierda y la colocó cerca de su inmóvil mano derecha. Acomodó el cuerpo como le dio la gana. Podía hacerlo y disfrutó de ello.

Cuando su rabia se extinguió, se fue hacia su casa. Un rato antes de todo esto lo habían echado del mismo campamento al que iba Derrick por su pésima conducta.

Buscando a Derrick

A las 11 de la mañana, Doreen Robie, la mamá de Derrick, salió de su casa para ir a buscar a su hijo. Era la primera vez que lo dejaba ir solo al campamento de verano que funcionaba en la misma manzana. Estaba a menos de cien metros, sin cruzar ninguna calle. Esa mañana Derrick se había levantado muy ansioso y ella estaba un poco demorada. El pequeño quería irse cuanto antes. Doreen recordó el momento en que lo dejó partir: “Me dió un beso y me dijo: ‘Está okey ma, voy solo. Puedo. ¡Te quiero ma!’. Nunca lo dejaba ir solo a ningún lado, pero el campamento estaba tan cerca, no tenía ni que cruzar una bocacalle…”. Además, Savona era un pueblo tranquilo donde jamás pasaba nada.

Era la primera vez que Derrick caminaba esos noventa metros sin la mirada vigilante de Doreen. También sería la última. Pocos minutos después de aquel beso, Derrick estaría muerto.

Cuando Doreen llegó al campamento para retirarlo se enteró de que su hijo nunca había llegado. Aterrada, corrió a la policía para hacer la denuncia.

Cuatro horas después llegó la peor noticia: el cuerpo de Derrick había sido hallado, no muy lejos, en un área con frondosa vegetación. Había sido brutalmente asesinado. La causa de la muerte había sido traumatismo craneal y asfixia.

Al día siguiente, las primeras planas de los diarios relataban la escalofriante noticia: el asesinato, a plena luz del día, de un niño nacido el 2 de octubre de 1988 llamado Derrick Robie. No había llegado a cumplir los 5 años que ya se había topado con la maldad. El terror circuló entre las familias de la zona.

El caso seguiría creciendo cuando se supiera quién era el homicida y su corta edad.

“Creen que yo lo maté, ¿verdad?”

Los detectives que rastrearon la zona donde se encontró el cuerpo hallaron un par de anteojos de marco metálico tirados sobre el pasto… ¿de quién serían?

El equipo de homicidios comenzó entrevistando a todos los que habían estado en el campamento. Querían saber si habían visto a la víctima y dónde la situaban.

No tuvieron que llamarlo. Pasados tres días, Eric Smith fue, por su propia voluntad, a ofrecer su testimonio a la policía. Las autoridades que tomaron su declaración vieron en este menor a un testigo colaborador. Eric dijo que cuando volvía esa mañana del campamento de verano (no mencionó que lo habían expulsado) había visto pasar a Derrick. Pero no era creíble lo que contaba porque el ángulo de visión que describió no coincidía con nada. Pero, luego, Eric cambió su declaración y se situó cercano a la escena del crimen. Los policías abrieron los ojos como platos y empezaron a preguntar más en detalle. Eric describió con precisión lo que tenía puesto Derrick y su lunchera. Le pidieron ir con él, al día siguiente, hasta el lugar donde habían encontrado a Derrick para reconstruir los hechos. Eric aceptó encantado. Al llevar a cabo la reconstrucción los peritos percibieron que el niño disfrutaba de su papel protagónico. Este chico pelirrojo era un testigo llamativo: sabía demasiado.

Volvieron a interrogarlo más seriamente. Eric se puso nervioso por primera vez y les dijo: “Creen que lo maté yo, ¿verdad?”. Los experimentados detectives notaron que le temblaban las manos y se le quebraba la voz.

En un breve descanso de la charla, le llevaron un vaso con la bebida roja Kool Aid, la misma que habían hallado en la escena del crimen. Era una trampa psicológica en la que cayó. Eric la tiró al suelo. El detalle no se les pasó por alto.

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